Soy escritor, pero no defino dónde encajo. Escribo poemas (aquí y acá), digamos que “bien escritos” aunque con un dejo de ansiedad, como un diario de experiencias, pero no publico en libro. Escribo artículos sobre la relación entre educación y tecnología, que suelen ser más de ideas que de procedimientos. Escribo textos vagamente vinculados con la filosofía estricta, lejanamente articulados con uno que otro marco de investigación filosófica, sin conocimiento sobre las normas de la comunidad filosófica. Escribo furiosamente memorandos, informes, planes bien pensantes y respetablemente realistas para el Ministerio de Educación del Perú. Escribo, escribo, escribo. Pero, ¿esto es ser escritor tipo cuál?
Me consuelo con el pensamiento de que no debo encajar, que, a lo mejor, andar así es una señal de individualidad. Entonces, me pongo a ver el efecto de lo que escribo. Quizá me defina mi público (aquí sonrío melancólico e irónico). Escribo en blogs, principalmente, el de poemas con pocos lectores, de los que conozco unos pocos. Y pocos de verdad, ni alcanzan los dedos de una mano. Los poemas que escribo ni son tan “profesionales” como el mainstream actual (no creo en escapar del lenguaje cotidiano, sino de los esquemas del pensar cotidiano), ni son tan “sentimentales” o “semejantes a reflexiones” como muchos otros. Digamos que me he esmerado en seguir el modelo clásico, sin usar moldes clásicos: he escogido mis poetas fundamentales y sólo imito o sigo a poetas que han pasado la prueba de los años, por no decir siglos. ¿Por qué? Seguridad, tradicionalismo, solidez, mmm. No, no creo. Más bien creo que busco en la exploración de mi propia experiencia a través de los instrumentos desarrollados antes o de otros que puedo generar. Parece una poesía bastante seca, quizá intelectual, sin mucha pasión. Sin embargo, se me quiebra la voz cuando se los leo a otra persona, frente a frente. Al menos, siento que me desnudo tan evidentemente, que me sonrojo. En fin, esos son mis poemas. Y yo.
El blog donde escribo mis artículos sobre la relación entre tecnología y educación es el que tiene más éxito, relativo, claro. Supongo que, al menos, propongo una manera personal o peculiar de mirar esa relación. Pero suelo extralimitarme en el tema. Por ejemplo, escribo sobre creatividad, el vínculo entre maestro y alumno, la sociedad del conocimiento, y temas al garete de mi lecturas y mi experiencia diaria. Es como un desahogo de mi trabajo de oficina, donde escribo para informar, recomendar, criticar: el ejercicio cirujano de la razón práctica. Como si fuesen, entonces, dos caras de la moneda, dos aspectos de mi tendencia a planificar, a razonar, a argumentar, a encontrar salidas. Bien. Pero, el efecto es, en ambos, similar, mi “público” es docente, preocupado por la educación, que buscan segundas, terceras opiniones, u opiniones claras que les ofrezca vetas del horizonte, en cierto sentido, me coloco en la posición del “experto”, y siento que, por pensar con más tiempo y relativo orden, me convierto en una fuente de información más que en una persona que conversa sobre lo que le apasiona. Ahí es que me preocupo, pero creo que no es fácil evitarlo.
También me dedico a escribir textos donde me propongo explorar ideas. Pensamientos que se me ocurren, como pinturas o músicas que surgen de la mirada ante las cosas, los sucesos, las personas. Como este texto, que nace de preguntarme sobre lo que hago a diario. Estos pensamientos adquieren la forma de la experiencia que los piensa, creo que raramente recurren a formas consagradas como filosóficas en el común de las personas. Quizá eso me haga un pensador marginal, desordenado, con un aporte poco consistente a la filosofía. Bueno, estos pensamientos aparecen cuando me voy hacia atrás de lo que hago: los supuestos de mi condición humana personal. No intento descubrir una verdad universal sino entenderme un poco de manera que sea útil para vivir. Para andar por la vida con algo de horizonte y no vivir desconcertado por cada golpe de viento o disparo en la multitud. ¿Una manera de darle sentido a mi vida? Quizá, porque el conjunto de lo que escribo no es uniforme. Y sin embargo, he reforzado ciertas líneas de mi vida (y agregado surcos a mi cara). A ver qué sigue, pues.
Soy escritor porque escribo. Porque guardo en textos mi experiencia de manera que otros la entiendan y de la manera que la distingan de otra y de la forma en que la relacionen con la vida. No tengo unidad en mis temas, en mi público, en el género en que viven mis textos. Es mi respuesta híbrida al contexto en que respiro, como, duermo, trabajo, amo, duermo, etc. No tengo una función social única o reconocible. Picoteo por aquí y allá. No tengo una imagen pública. No publico (libros), ¿lo haré?, quizá, pero ¿de cómo?, ¿bajo que género?, porque si reúno lo que escribo no soy literato o poeta, apropiadamente hablando, ni filósofo, ni doctor en educación. Quizá, como Diógenes, sólo busco que no me tapen el sol. Quizá como Hegel, sólo busco comprender todo (uff) lo que vivo. Quizá como todos, busco la felicidad. En eso estoy, escribiendo.
Hola quiero invitarte a visitar mi Blog, va sobre mis fotografías, espero lo visites y dejes tus comentarios o lo que tu quieras.
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